El análisis de Baudrillard (que es casi un ensayo poético) sobre el sistema de los objetos llega, en esa parte, al reflejo que tiene las relaciones (sistema) de los objetos (de color, forma, disposición en el espacio) en las relaciones humanas - o quizá sería más al revés. Propone la hipótesis de un sistema interno, un sistema del deseo, una pulsión que se genera en el hombre y que busca, en forma de reflejo en las relaciones exteriores, desarrollarse y evolucionar, liberarse. Siendo así, las reglas que rigen los objetos, los sistemas y la evolución de la forma es algo que refleja el estado interno del hombre, no individualmente sino como conjunto, como sociedad, como un Sistema mayor que abarca sistemas menores (que a la vez organiza parte de ese sistema mayor). Podemos ver, en los objetos, una especie de punta de iceberg para encontrar, en las relaciones humanas, su equivalencia.
El Hombre de relación y el ambiente funcional
El interior ambiente
está hecho, en el fondo (a través de la alternancia sistemática de lo frío y lo caliente) para que exista entre los seres esa misma
alternancia de calor/no-calor, intimidad/distancia, que se ha creado entre los
objetos que lo componen.
Entre los objetos del ambiente, siempre debe existir una relación, que
tiene que ser móvil y funcional que en cualquier momento sea posible modificar, ya que al haberse
desmovilizado el poder del deseo (teóricamente) se beneficia la creación del
ambiente, dando paso a la ambigüedad.
Asientos
Hoy en día el asiento cobra un sentido propio y a él se subordinan las
mesas bajas. La disposición general de los asientos y el cambio recíproco de
posiciones, en el transcurso de la velada, por sí solos constituyen un
discurso.
Los asientos modernos (del puf al canapé, lejos de ser la posición sentada)
ponen el acento en la sociabilidad, lo que implica una confrontación directa
con el interlocutor y favorece una especie de posición universal. No hay camas
donde acostarse ni sillas donde sentarse, sino asientos funcionales que hacen
de todas posiciones una síntesis libre, repercutiendo en las relaciones
humanas.
Desde el fondo de los asientos ya no se tiene que fijar la mirada
en el otro, ni la propia en él.
La profundidad y el ángulo del asiento reducen naturalmente las miradas a una media altura, una altura
difusa en la que se les une las palabras. Estos asientos tal vez dan
satisfacción a la preocupación fundamental de no estar solo, pero tampoco cara
a cara con alguien. Aflojamiento del cuerpo, pero también aflojamiento de la
mirada. De esa manera se logra quitarle a la socializad lo que podría tener de
abrupto, de contradictorio y en el fondo de obsceno en el juego directo de la
agresividad y del deseo que implica la mirada directa.
Culturalidad
Hoy, la cama proclama conyugalidad burguesa (no la sexualidad) a
diferencia de los objetos que antaño componían un ambiente (cuya función era
evidente y estable). Hoy, la cama se ha convertido en asiento, diván, canapé,
taburete, se ha escondido en el tabique y no por censura moral, sino por una
lógica abstracción. La mesa ya no pesa, la cocina pierde su función culinaria y
se convierte en un funcional espacio para variados trabajos, un laboratorio
múltiple. Las funciones viscerales desaparecieron ante las funciones
culturalizadas. Ya que la cultura siempre ha desempeñado un papel ideológico de
apaciguamiento, sublimando las tensiones.
Gestual y forma
La estilización de la forma es inseparable del gesto humano en
relación a ella. Una adaptación de la energía y del trabajo muscular, de
relaciones y de cálculo. Las pulsiones se limitan y adaptan en provecho de una
culturalidad, generando una gestualidad de poder en vez de una gestualidad exclusiva de trabajo. En la evolución
de los objetos cotidianos, esa forma relacionada con el esfuerzo va
desapareciendo. Parece una forma de poderío, donde la forma ya no acompaña el
movimiento del cuerpo para realizar su función, sino que es un
objeto-sirviente. El dedo (es la era digital) pasa a ser la relación del hombre con el
objeto, la parte del objeto que sigue todavía en contacto con el cuerpo humano
es el botón, como fuente
abstracta de energía.
Miniaturización
Cuando el objeto se libera de la referencia humana, del tamaño
natural, se avoca a
mecanismos más complejos, a una concentración en profundidad. Liberada del
espacio gestual busca la mínima extensión (sin proporción con la experiencia
sensible) que a la vez rija en un campo máximo. Un menor tamaño físico, y un
mayor poder virtual, de ahí la fascinación que ejerce el objeto miniaturizado,
el reloj, el transistor, la cámara fotográfica, etc.
Estilización, manejo
La funcionalidad, por consiguiente, ya no es imposición de un trabajo
real, sino la adaptación de una forma a otra (de la manija a la mano) y, a
través de ella, la elisión, la omisión de los procesos reales de trabajos. Sin
embargo, en algunos objetos está presente una alusión al esfuerzo original del objeto. Un ejemplo muy claro, en los
días de hoy, serían los lectores eBook: tienen la forma de un tablet (más
angosto que cualquier libro) y en la pantalla se ven las páginas virtuales pero
para cambiar de página no hay un botón, sino que se debe reproducir un gesto
hipotético, una simplificación del esfuerzo/gesto original, se debe pasar la página arrastrando el dedo
en la pantalla como se si tratara de una hoja del libro.
En esa gama tan inmensa de los objetos se eclipsa el esfuerzo
necesario (o el esfuerzo que un día fue necesario para realizar cierta
función). Lo substituye la alusión al esfuerzo, la instancia del poderío donde
la máquina es sirviente al hombre.
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